domingo, 2 de julio de 2017

Los viajantes

Hay gente que no tiene nada que hacer en la vida.Van de sus casas a sus trabajos y a la inversa, mantienen sus hogares pulcramente ordenados y en sus ratos libres ven programas de televisión. Es el tipo de gente que al llegar el verano y hallarse con un mes completo de asueto, viaja.

No tienen nada más que hacer y simplemente se llevan ese nada a otra parte, desplazan la oquedad de sus vidas arriba y abajo por el globo con la excusa de ver esto o hacer aquello, por lo general el tipo de visitas guiadas que siguen un programa o actividades con monitores para después poder vender la experiencia a través de las redes sociales omitiendo siempre los tediosos trámites que todo viaje implica: las esperas, los traslados, los largos paseos estériles y futiles que parecen cobrar sentido en un escenario nuevo.

Disfrazan su aburrimiento con el nombre de otros lugares, con frecuencia lejanos y exóticos. Cagan y comen sin más finalidad que volver a comer para volver a cagar en un bucle carente de sentido que parece no tener fin, como sus propias vidas.

Apenas saben nada del mundo y se permiten el lujo de pasear su ignorancia de país en país huyendo de un vacío que portan consigo, como quien pretende huir de su propia sombra. Y sacan fotos de deslumbrantes mediodías como si hubieran conseguido por fin huir de ella.

Los llaman turistas. También dicen que lo que mueve el mundo es el sexo y el dinero, y en gran parte es cierto, pero hay una fuerza subyacente, denominador común de las dos anteriores: la estupidez.

Sucede un poco como en física cuántica: el observador afecta a la observación, los fotones que rebotan en la retina terminan por alterar el paisaje, dramáticamente en este caso.

Así, puede uno pensar en las grandes maravillas del mundo y en los más cautivadores paraísos para después vivir la experiencia de las eternas colas. aglomeraciones y otros inconvenientes habituales. Tan habituales que son, no sólo parte de la actividad en sí misma, sino la mayor parte de ésta.

Para fortuna de algunos, pueden omitirse del encuadre de la fotografía para que no empañen la vívida imagen de felicidad que se quiere transmitir y que nunca conocieron. Tal vez por eso muchos siguen siendo seducidos por esas promesas que nunca se cumplen, en forma de folleto de agencia de viajes.

La estupidez mueve el mundo y recorre la faz de la tierra en forma de turista. Y esa estupidez, ese vacío insondable de algunas mentes es parte estructural de la economía de no pocos países. Negocios y sectores enteros se sostienen y elevan sobre los hombros de tan afanados idiotas.

El viaje puede ser un medio o un fin en sí mismo, incluso una forma de vida, pero jamás el contenido de un recipiente vacío. Aún así muchos consiguen engañar por algún tiempo a sus mentes cambiando el paisaje que ven sus ojos bajo el sabio consejo de "tienes que verlo" como si no llevara siglos inventada la fotografía.

Ese mismo ingenio del que se vale el turista tipo como prueba que atestigüe lo incuestionable de su felicidad. Horarios, compromisos, obligaciones. El turismo es casi el trabajo para quienes no saben qué hacer con sus vacaciones, del mismo modo que la escritura es cualquier cosa menos silencio para los que no callan aunque no despeguen sus labios. Y tú, ¿dónde vas este verano?

El turismo es el síntoma inequívoco de los pequeño burgueses aletargados y algunas clases trabajadoras que parecen encontrar el sentido de sus vidas a través de trabajos absurdos y prescindibles.

No hay nada que hacer más que ir a otro lugar a seguir haciendo nada, comer y cagar, sus empleos han sustraído cualquier contenido real de sus vidas. Campan a lo largo y ancho del mundo sin rozar ni por un instante la realidad, como teletransportados en su burbuja por los itinerarios dispuestos a tal efecto.

Y por el camino se encuentran a otros tan estúpidos como ellos, así se amontonan año tras año en las playas: el mar, la arena dorada bajo el sol, la suave brisa... O las familias apelotonadas como chinches, los niños repartiendo generosamente arena, los gritos de las madres, la música de la radio y un montón de esos amasijos de carne que llaman cuerpos castigados por el sol.
Saltar por el balcón es la mejor idea que han tenido nunca.








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