jueves, 23 de febrero de 2017

La moneda de 50 céntimos

Todo empezó, como empiezan muchas cosas, un buen día. Estaba redactando una denuncia por despido para reclamar la indemnización por la extinción de un contrato que consideraba en fraude de ley. De hecho trabajó subcontratado y pensó en solicitar para el juicio, entre otros medios de prueba, el contrato mercantil que "vinculó o vincula" a ambas empresas y se le ocurrió una pequeña maldad, una superflua errata voluntaria. Por lo menos en apariencia. A su parecer aquella pequeña errata de una sola letra decía más de la realidad que el resto de palabras que conformaban el escrito de denuncia.

Y es que la realidad es que las empresas que externalizan servicios subastan sus contratos entre otras menores dando lugar a situaciones cada vez más lesivas para los trabajadores, siendo estas empresas menores una suerte de mamporreros en la transacción. La denuncia no podía exponerlo en esos términos claros y llanos, por supuesto. De ahí el error: solicitó el contrato mercantil que "vinculó o vencula". Cambiando una sola letra con una sola palabra se relejaba sucintamente la situación. Tal vez alguna secretaria judicial se viera sorprendida por una sonrisa, quizás incluso se le saliera el café por nariz tratando de reprimir la risa y pusiera una nota de color en las grises mañanas del juzgado.
Era una posibilidad. La otra es que un magistrado con un mal día lo tomara como el detalle irrespetuoso que bajo cierto punto de vista podría ser y al final sólo le complicara las cosas en el juicio. Al fin y al cabo el sentido delhumor es algo bastante personal.

Hay decisiones que son claras como un mediodía sin nubes. Otras pueden tener una significación más ténue. Y otras se hallan en un cuasi perfecto equilibrio de pros y contras, riesgos y beneficios. Aquel voluntario error, tras sopesarlo brevemente, se hallaba para él en ese terreno del 50%. No recordaba haberlo hecho antes, al fin y al cabo lanzar una moneda para tomar una decisión parece señalar falta de criterio o determinación. Sin embargo, debe existir aunque remotamente, el punto donde realmente es imposible tomar una decisión fundamentada, a igualdad de valor entre argumentos en un sentido y en otro.

Lanzó, entre risas, la moneda al aire, ya tenía escrita aquella e donde iría una i: si sale cara la dejo. Voló por el aire descontrolada y fue a parar al suelo, saltó de la cama para recogerla aún regocijándose en su inocua gamberrada. Se acercaba carnaval y la moneda mostró el rostro de Cervantes, otro cachondo mental. No había duda ni retracto posible. La e se quedaba.

Sólo faltaba imprimirla, y es aquí realmente donde empieza la historia. Hacía ya varios meses que había decido usar Linux en lugar de Windows, por muchas incomodidades que pudiera suponer, por una cuestión filosófica, según él. De principios. Y eso puede parecer bastante loable pero la parte de la incomodidades puede ser a veces algo más triste. En resumen, por cuestiones más allá de su control (controladores, probablemente) su impresora imprimía mejor en el sistema operativo de la ventanita que en el del pingüino. Lo sabía porque tenía una máquina virtual dentro del sistema operativo Linux que emulaba en cierto modo un sitema windows a todos los efectos. O casi todos: la funcionalidad de copiar y pegar archivos entre ambos sistema aún no había conseguido habilitarla correctamente y recurría a envío de documentos entre cuentas propias de correo para mover algún archivo puntual, a modo de workaround como diría un anglosajón. Una chapuza, en pocas palabras. Pero venía funcionando.

Fue entonces cuando abrió la cuenta de mail que hasta hacía poco había venido utilizando para el trabajo, ya en vías de ser sustituida por cuestiones de comodidad por otra en otro dominio. Y allí vio algo de lo que se había olvidado ya completamente. Tras el puesto de trabajo cuyo despido estaba denunciando había tenido otro al que había renunciado por varias cuestiones: el lugar de trabajo le quedaba muy lejos y por aquellos días de invierno solía soplar un viento del todo desapacible, le habían incluido una curiosa cláusula en el contrato acerca de desplazarse si fuera necesario a otros centros de trabajo de la empresa en otras localidades, el que tenía que ser un horario de tardes se había conertido en horario de mañanas para el viernes, lo cual le impedía en un momento dado buscar alguna otra ocupación y le obligaba a cambiar la hora del despertador y por si fuera poco la que tenía que ser una campaña de venta telefónica "suave" estaba siendo tal vez la más opresiva de las muchas que había conocido, con los coordinadores todo el día encima exigiendo resultados. Para tomar la decisión de dejar aquel puesto de trabajo no tuvo que lanzar ninguna moneda al aire, estaba claro: no superado periodo de prueba.


Y recordaba todo esto porque estaba viendo en su bandeja de entrada un mail sin leer de aquella empresa. Bueno, de la chica que le informó en la fase de selección y que le garantizó que aquella iba a ser una campaña "suave". Una chica muy guapa. Y muy joven. Era, claro, por el finiquito. Ni siquiera se había presentado a firmar, no le beneficiaba en nada, siempre era un viaje en balde a no ser que chantajearan con no pagar hasta firmarlo y hubiera una acuciante necesidad de liquidez. O pagaban en tiempo y forma correctos o denunciaba. Ya le habían tomado demasiado el pelo y había tenido que aprender cuatro cosas por el camino sobre derecho laboral, lo había convertido en una especie de extraño hobby. Al parecer no daba malos resultados, encontró en su cuenta una cantidad incluso superior a la aproximada en números gruesos y al no echar en falta nada ni siquiera se molestó en revisarlo. Y allí estaba aquel mail perdido de un mes atrás de aquella chica tan guapa. No todo podía ser malo en aquel trabajo. Y casualmente, le había comentado un de los compañeros en un descanso, era estudiante de relaciones laborales. También el chaval que se lo contó lo era, en el trabajo se les veía algo más unidos de lo normal. Tal vez sean pareja pensó. Al menos eran compañeros de clase, por lo que entendió, ellos dos y algunos más de allí.


Y al ver el mail reparó con una leve sonrisa en la pequeña casualidad. Se ponía en contacto para ver cuando podía pasar a firmar el finiquito. Que lástima, pensó. Que lástima que sea sólo para eso. Y pensó, por un momento en responder al mail justamente con esa frase. Dudó un momento. No solía mezclar con el trabajo nada que tuviera que ver con su vida personal. O con su vida a secas, según se considere el trabajo. Aunque en los últimos tiempos su vida parecía también querer hacerse presente en las largas horas que dedicaba a ganar algo de dinero. Justo al revés de lo que les sucede a otros que convierten el trabajo en su vida.

Pensó en ella revisando a media mañana el correo y esbozando una de aquellas bonitas sonrisas. Era una de esas sonrisas que iluminan. Pero también recordó las breves palabras durante la formación en riesgos laborales: la información sobre acoso sexual está colgada en el tablón. Ni siquiera estaba trabajando ya allí pero en una conversación de trabajo el comentario estaba objetivamente fuera de lugar y, probablemente en este caso concreto, fuera del trabajo también. Al margen de alguna de aquellas generosas sonrisas no había notado ni el más leve signo de interés hacia él. Y dirigidas a grupos, ni siquiera a él en concreto. Nada más allá de un "¿qué pasa, ----?" en un tono que para nada suponía señal alguna de nada de lo que estaba pensando él. Echando cuentas, muy apuradas, casi podría ser su padre. En fin qué podía hacer, le gustaban más las mujeres jóvenes. Así habían sido prácticamente la mayoría de sus relaciones, aunque tampoco eran muchas. De hecho ya estaba bastante cansado de muchas de las cosas que conlleva una relación, hasta las más simples de si te he visto no me acuerdo.

No es sólo que fuera guapa, que lo era, aunque tal vez hubiera miles de mujeres más guapas que ella. Era su tipo especial de belleza discreta, de grandes contrastes. La cara llena de piercings, nariz, orejas, algo buscados, algo especiales. Pero la manera de moverse, sus expresiones, Serias, como distantes, muy comedidas, muy correctas. El mismo contraste que cuando aquel rostro apaciblemente sobrio se iluminaba con una sonrisa. Supongo que no lo había visto nunca.


El día de la entrevista llevaba un pequeño arañazo bajo un ojo, muy leve pero llamativo, tres o cuatro pequeñas líneas horizontales y paralelas. Estuvo casi tentado de decir algo pero a fin de cuentas no tenía que ver con el trabajo que era por lo que estaba allí. No dijo nada. Algunos días después, durante la formación en riesgos laborales no pudo evitar fijarse en otro pequeño arañazo en la mano y no pudo evitar acordarse de aquel viejo chiste de "el gato es mío y me lo follo cuando quiero". Acertó a contenerse en parte y sólo dijo ¿tú tienes gato, no? Lo confirmó en un tono formal y neutro, alguien añadió algún comentario, aún le quedaban algunos rastros de el arañazo de días atrás y señaló la correlación que había creído entrever. Entonces aquel velo y la compostura de sobriedad se desvanecieron un momento, ella se sonrojó con algún recuerdo divertido justificando que había salido en fin de año. Para sorpresa de él, ya no sólo por la causa si no por ver por un instante algo de lo que se ocultaba bajo aquellas maneras tan impecablemente formales. En seguida volvió la máscara que correspondía a su papel en todo aquello y casi se sintió culpable, ya no por equivocarse, si no por desarmarla un momento de su disfraz.

Aquellos piercings junto con el arañazo le conferían el primer día que la vi una imagen extrañamente salvaje y arrebatadoramente interesante bajo aquellas maneras tan formales. Un animal magnífico. Y lo cierto es que no pensó mucho más, la vida te lleva de un lado para otro bajo la ilusión de escoger tu camino. Sin embargo, al ver el correo, ya desprendido de la mordaza que es el puesto de trabajo, se le pasó por la cabeza ser él por un momento. Algo que suele evitar en buena medida trabajando. Pero lo cierto es que era al fin y al cabo una chiquilla que apenas reparó en su paso por allí. Y tal vez comentaran entre los compañeros de clase de relaciones laborales la respuesta de un correo fuera de tono de "uno que estuvo aquí un par de semanas". Y no es que le importe demasiado lo que puedan pensar, en lo personal. Por otro lado el mundo es muy pequeño y el mundo laboral, más. Así que se hallaba de nuevo indeciso, pocos minutos después. La moneda había funcionado de forma satisfactoria la primera vez así que la volvío a lanzar, solemne. Esta vez tras un corto vuelo acabó de forma precisa sobre el dorso de su mano izquierda, cubierta por la derecha. La destapó dejando ver las cifras grabadas. Tal vez no fuera el momento de echarle un poco de cara.

Ya le había echado algo de cara estando allí y faltando un día por estar algo acatarrado, para lo cual le mandó un mail a ella, ya que no tenía otra vía de contacto y al día siguiente secundando la huelga del sector. Otro mail, esta vez ilustrado con un dibujo sobre la convocatoria a cargo de Azagra, un clásco del cómic algo undergound. Tú tienes mucho que decir, decía una teleoperadora enarbolando sus auriculares con el puño en alto. Iba con segundas, por supuesto. Y es que era bastante irónico que una estudiante de relaciones laborales trabajara en recursos humanos en una empresa que ofrecía las condiciones antes descritas. De hecho tratando de localizar un teléfono de contacto de la empresa que no fuera un 902 se enteró de que tres trabajadores que se habían presentado a las elecciones sindicales habían sido despedidos y el asunto estaba en los tribunales. Tal vez nada fuera casualidad. O tal vez todo lo sea, quién sabe.

Cuando lanzas una moneda sucede algo muy curioso, independientemente de lo que salga. Sucede que descubres si el resultado te complace o no. Que descubres lo que realmente deseas. Claro que, no tiene que coincidir necesariamente con lo que te conviene. Y él se dio cuenta de que, al margen de que finalmente hubiera contestado el correo o no, hubiera preferido que saliera cara. Es una sensación extraña pero tras lanzar la moneda, claramente identificable. De forma mucho más obvia. Aunque suene a sacado de algún cómic de Batman. Te das cuenta de si tienes ganas de volver a lanzarla para que te permita hacer lo que realmente deseas. O te sientes en paz con el resultado y complacido o te entran ganas de hacerte trampas a ti mismo. O tal vez de escribir unas líneas explicándolo todo y pensar: si sale cara, se las envío.

Y tiras la moneda sabiendo que no vas a tener el valor de hacerlo y... vuelve a salir cruz. Tal vez sea mejor no tentar al destino ni hacer más ridículo que el imprescindible, asumir que con los años el amor se convierte en algo mucho más platónico que físico y que hace ya tiempo que he dejado bastante atrás el sexo y todas las complicaciones que de una manera u otra comporta. Es sólo que a veces ves a alguien y piensas, vaya, qué interesante. Aunque más complicado es suscitar a la vez el mismo interés. En cualquier caso, cuando las razones están próximas al 50%, he descubierto una pequeña herramienta que ayuda a clarificar algunas situaciones. Lejos de decidir por ti te muestra lo que realmente deseas y lo que no, extremos que no son siempre tan sencillos de discernir como podría parecer. Aunque ciertamente nada de eso borra la otra mitad. En cualquier caso no está de más tener a mano una moneda de 50 céntimos. Y no voy a alargar más la historia. Mañana tengo que madrugar para presentar un demanda en el juzgado antes de entrar a mi nuevo trabajo.