viernes, 30 de septiembre de 2016

Los presos

Todos los presos contemplaban con la mirada perdida el horizonte a través de la alambrada con las cabezas alineadas como girasoles. Él miraba las rejas.

jueves, 8 de septiembre de 2016

Suenan las trompetas


Una hilera de miles de hombres, más o menos regular se extendía a los pies de la loma, sobre el verde moteado. Por delante la pradera y, más allá, lejos del alcance de las flechas, otra hilera de hombres pertrechados para la guerra. Metal, cuero y madera. Y el humo de las hogueras, recortado contra el cielo, en el horizonte.

Los tambores son sólo el preludio del desenlace inevitable, serán las trompetas las que señalen la hora decisiva. Hombres asustados como niños, niños pretendiendo ser hombres. Algunos rostros de mármol helado conocen bien lo que les espera y tratan tal vez de atisbar sin certeza lo que el destino les depara.

Muchos saben que van a morir hoy. Algunos gimotean, otros blasfeman y vociferan canalizando su frustración hacia el único lugar posible, el adversario. Después de todo no es que tengan gran cosa que perder.

Lo más lamentable es ver a niños ocupando el lugar de los hombres que no son, ataviados con alguna pieza de armadura demasiado grande para su talla o un arma que apenas pueden mover, casi como si de un baile de disfraces se tratara. Una fiesta, un espectáculo, una farsa. Suelen ser los primeros en caer de este ejército de bufones y juglares al servicio del rey. Esta compañía de actores itinerantes dispuestos a interpretar su papel. Soldados, mercenarios, asesinos.

Algunos esperaban y deseaban este momento y ya están pensando en el botín que aún han de tomar. Muchos no vivirán para disfrutarlo. Pero los que vean pasar este día, lo recordarán por siempre. Incluso los que ya llevan a sus espaldas muchos días como éste, grabados a fuego en la carne.

Al final, después de todo, unos morirán y otros vivirán. Y es difícil decir quienes de los dos serán los perdedores, viendo estas miserables vidas.

Alguien podría pensar que el peor momento es la batalla. Cuando se decide todo. Y tal vez lo sea para los que no ven otro día más, para el resto no es así. Lo peor viene después. La sangre formando charcos. Los gritos agonizantes de los hombres mutilados, la piel retorcida bajo el fuego, los miembros desperdigados lejos del que ya no es más su propietario.

Es entonces cuando el Rey cruza sobre su caballo, marcando un paso ridículo, los despojos de la contienda, flanqueado por su séquito más próximo. Y toma para sí unas tierras, una fortaleza, un derecho. Eso es lo que va a suceder hoy aquí.

A su paso lo contemplan niños con los rostros desfigurados de sangre y de barro, con ojos fijos e inertes como el cristal. Con la boca entreabierta, inmóviles mientras la sangre y el resto de sus fluidos abandona lentamente sus cuerpos. He visto demasiados.

Y el Rey, con gesto altivo y el rostro tenso, como si hubiera alguna vez notado caer el filo de una espada sobre su escudo en una campo de batalla, cabalga en modo de aprobación sobre lo aquí acontecido. He visto ya demasiados.

Un joven trata de colocar una flecha en su arco. Le tiemblan tanto las manos que es incapaz de atinar con la cuerda. Largas gotas de sudor le limpian las mejillas de polvo al deslizarse. Está nervioso, sabe que va a morir. Y no puede hacer nada para impedirlo.

Sigue sin dar con la muesca de la madera. Su miedo será su perdición. Podría no ser así, podría tener más posibilidades que hombres mucho más viejos. Pero aún está intentando preparar su arco. Un temblor largo e incontrolable. Está empezando a ponerme nervioso a mí.

Le agarro con firmeza la mano con la que intenta cazar la cuerda de su arco. El temblor desaparece y noto el peso muerto de su brazo. Lo dejo caer hacia su pecho tensando la cuerda con la madera hasta que se inserta en la hendidura. Sus ojos se apartan de la flecha y se elevan hasta los míos siguiendo el curso de mi brazo.

Por el camino, cada cicatriz le va contando un poco de mi vida hasta que su mirada se detiene en la mía. Mientras balbucea un agradecimiento sus ojos escrutan mi cara. Arriba y abajo del parche asoma la huella del tajo que me arrebató un ojo. Por su expresión, adivina que tampoco tuve un rostro agradable antes de perderlo.

Continúa diciendo que no debería estar ahí, casi como un susurro para sí, que no cree en la causa del Rey. Cuantos más hombres así te rodeen más posibilidades tienes tú de salir con vida. Más tiempo para reaccionar mientras los abaten. Por otro lado, si son demasiados en el conjunto, las cosas se pueden poner complicadas. Pero nada de eso importa. La cuestión es que ya he visto demasiados.

-Dentro de poco darán la orden de cargar. Cuando suenen las trompetas no corras como un loco. Tampoco te quedes rezagado. Deja que algunos te aventajen un par de pasos. Al llegar al cruce, mantén los ojos en las puntas de la lanzas. Avanza si es necesario para colocarte entre ellas. Usa a tu favor el escudo de tu enemigo pero no pierdas de vista su espada.

Si sobrevives a la primera ola ya no habrá frente. Todos los flancos son frente. No acudas en auxilio de nadie. No puedes ayudarles. Los muertos no pueden ayudar a los vivos. No te detengas, bascula tu cintura de un lado a otro. No avances hacia el enemigo. Deja que se aproximen.

Cuando te encaren has de ver venir el golpe. Has de esquivarlo y devolverlo en un solo movimiento. Si necesitas más de dos golpes para abatir a un enemigo es probable que acabes el día con un trozo de acero en mitad de la espalda.

Si oyes gritar a alguien “flechas” busca refugio bajo un escudo, un cadáver o una piedra porque lloverá fuego. Se pega al cuero y la piel y si lo dejas arder te horadará hasta el hueso. Al final quedarán unos pocos. Si estás vivo para entonces, no te confíes. Los que quedan en pie han sabido abatir al resto o a los que los abatieron. No dejes que te rodeen, si te hace frente más de uno retrocede.

Y sobre todo, cuando llegue el momento, que no te tiemble la mano. No te prometo nada pero mantente cerca de mí. Tal vez salgas vivo de esta.

Suenan las trompetas.