viernes, 15 de julio de 2016

Mucha mierda

Lucha por sobrevivir en un lugar donde vivir no vale la pena. Porque en ningún lugar donde tienes que luchar por sobrevivir, vivir vale la pena.
Es una existencia miserable por definición, por mucho que pretenda disfrazarse superficialmente con lujos o placeres. En su fondo, en su raíz, hay sólo miserable podredumbre.

Sólo los ignorantes pueden disfrutar de su propia ignorancia, del mismo modo que sólo los cerdos pueden disfrutar revolcándose en su propia mierda. Porque eso es lo único que hay: una inmensa tarta de mierda que se reparten entre unos pocos con avaricia. Y los de abajo se desviven por saborear algunas migajas de esa sublime mierda. De algo han de llenar el vacío de sus cabezas, de sus corazones y de sus almas. No son otra cosa que la mierda que ambicionan. La mierda que como un virus ha corrompido el mundo. La vida misma.

Su fortuna es que la razón no les alcanza para comprenderlo. Aún así, conocerán las consecuencias en cada una de sus absurdas y patéticas vidas. Su suerte es que la inconsciencia les permitirá seguir sonriendo mientras chapotean cual rana en el agua de la olla que la hervirá. Y dicen, en la vida hay que luchar. Para sobrevivir. Caminan y no saben hacia donde. Andan, pero ni siquiera saben para qué. La más pura y necia inercia. Al fin y al cabo, es lo que todo el mundo hace. Quizás no haya otra opción. No por ello se enfría la verdad ardiente bajo las cosas. Debajo de toda la mierda.

Muchos se han dado cuenta antes, claro. No es algo que uno pueda solucionar. Sólo queda tratar torpemente de huir de un destino inevitable. Unos se aferran al dinero, otros al amor, a las drogas. No hay huida posible. Como limpiar con trapos sucios, apenas logras cambiar la mierda de sitio. Siempre, en todo momento y en todo lugar, estarás rodeado e impregnado de esa mierda. De la mierda que eres.

Y dicen que en la vida hay que luchar. Como correr tratando de escapar de tu propia sombra. Hay que luchar por la imprescindible porción de vital mierda. Seguir comiendo para seguir cagando. Para volver a comer y volver a cagar. Los de encima en los de abajo. En realidad no hay un arriba o un abajo. Sólo mierda, mires donde mires. Todos tarde o temprano nos vamos. Dejamos aquí nuestras cabezas de mierda, nuestros corazones de mierda y nuestras almas de mierda. Las dejamos aquí, generosamente, para que esta vida de mierda pueda continuar. ¿Con qué objetivo? Pues en nuestro caso, seguir revolcándonos en nuestra propia mierda.

Y cuando acaece el dolor o la tristeza lamentamos nuestro infortunio como un castigo divino. Como una tormenta desatada tal vez en venganza por los dioses. Como si las tormentas vinieran de ninguna parte. Exacto, de la misma mierda. Una enorme mierda con grandes aspiraciones frustradas. Una gran torre de babel, de mierda. Por eso no se sostiene. La mierda se puede apilar hasta cierta altura antes de que se desmorone, no más allá. ¿Y yo? Simplemente me limito a recordaros la mierda que somos. La mierda que sois. Podéis pensar en el suicidio, pero no. Ni la muerte podría limpiar este lugar.

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